Cantar 40. Gabriel Sopeña, al abrigo del algoritmo

18.07.2023

ANAQUELES ABARROTADOS Publicada en 7 abril, 2023 

El pasado 3 de abril Gabriel Sopeña inició la celebración de cuatro décadas sobre los escenarios con el primer concierto de su gira «Cantar 40» en el Teatro Principal de, como no podía ser de otro modo, Zaragoza. En estos días en los que tanto se habla de inteligencias artificiales y de algoritmos estabuladores nos gusta pensar (¡queremos creer!) que para escribir y mimar un texto exigente que llegue al hueso, acogerlo en una melodía caladora e interpretarlo con la honestidad necesaria para emocionar, todavía es necesario tener alma inquieta de cantor y una vida que palpite en yemas y garganta.

La larga y compleja trayectoria musical de Gabriel Sopeña, poeta, músico, doctor, profesor y cantautor eléctrico, acaba de ser recogida en un volumen de casi quinientas páginas («Cantar cuarenta, cancionero completo 1983-2023» en Pregunta Ediciones). Y un concierto con vocación de sintetizar, casi a modo de prontuario, esos primeros cuarenta años bajo los focos junto a Golden Zippers, Ferrobós, Más Birras, El Frente, en solitario o cabalgando junto a otros grandes artistas como Jackson Browne, Loquillo, Hugh Cornwell o Maria Creuza, fue la oportuna ocasión para mantenerse al abrigo de cualquier tendencia deshumanizadora. Gabriel Sopeña iba a mostrarnos su alma de rockero clásico con horma de cantautor, puesta a disposición de un repertorio que supo transportarnos por territorios sonoros flanqueadas por desiertos y cactus hasta disolutos honkytonks, subterráneos clubs de jazz o terrazas lisboetas de viola y rumor de tranvía.

El telón del Teatro Principal se alzó pasadas las ocho de la tarde mientras una banda compuesta por sospechosos habituales de la escena aragonesa atacaba los reconocibles primeros acordes de Brillar y brillar, la canción que en 1991 unió el camino y destino de Gabriel Sopeña al de Loquillo. Con camisa blanca de cuello mao, pantalón gris y honestidad de sobra, recuperó para sí mismo una canción que en su momento sentó como un guante a su compañero de viaje. Ya metido en faena se colgó una guitarra de doce cuerdas para interpretar Como antorchas, la canción que abre su disco Sangre sierra (Warner 2017). Volvimos a 1991 con Un corazón como tú, de su primera aventura discográfica con El frente, y luego un poco más atrás con Resaca, uno de los temas de Ferrobós que se incluyeron en el LP compartido Sangre española (Interferencias 1987) en el que también andaban Proscritos, Más Birras y Las lágrimas de mermelada.

Tras esta presentación a modo de retrospectiva, Gabriel Sopeña se dirigió por primera vez al público con un enérgico «¡Buenas noches!». Con un fondo de piano a cargo de Oscar Carreras se jactó de su fortuna por conservar todavía«el espíritu y la ilusión de un colegial» y elogió la doble naturaleza de nuestra presencia cómplice en el Teatro Principal de su ciudad: como realidad y también como símbolo de quienes no habían podido estar, de quienes no están. Así nos condujo hasta una preciosa versión de Qué lejos queda el cielo (también de Sangre Sierra) en la que el slide de Jorge Gascón parecía a veces evocar The great gig in the sky de Pink Floyd, y que culminó con un solo de guitarra de Julio Calvo Alonso.

El primer giro en el sonido del recital llegó después de esta contundente primera parte: las guitarras eléctricas se cambiaron por acústicas, José Luis Seguer Fletes empuñó las escobillas detrás de su batería y Eva Lago (luminosa segunda voz que pronto iba a compartir y también protagonizar con su voz, carisma y simpatía alguno de los momentos más celebrados del concierto) se armó con un tambor de mano. Con la dramática y desgarrada Lisboa el delicado punteo de cuerdas de Jorge y Julio, el rotundo bajo de Guillermo Mata y el aire de trovador de Gabriel Sopeña transformaron el Principal en bar de truhanes y fado, en tinglado de puerto, en herida restañada con salitre y licor de guinda. La emotividad de la velada no iba a decaer con el siguiente tema, Por los ojos de Raquel, del álbum Mil kilómetros de sueños (Picap 1998). Gabriel recordó haberlo escrito a partir de una foto convertida en símbolo de la atrocidad de la guerra en Bosnia, que mostraba el cuerpo de una mujer anónima colgado de un árbol. Ella se llamaba Ferida Osmanovic y ahora su terrible historia es fácil de encontrar en Internet, pero entonces Sopeña le dio el nombre de Raquel por el mito bíblico de la mujer que llora con amargura por sus hijos, que no quiere ser consolada porque ya no existen. Para interpretarla Sopeña compartió voz y micrófono con Eva Lago.

De ella sería el protagonismo en el siguiente tema. Después de dirigir unas palabras al oído de cada uno de sus compañeros de escenario, Gabriel Sopeña salió del foco para que Eva Lago se desbordara con derroche de voz y personalidad en una soberbia versión de Mujeres de ambas orillas, sobre un poema del propio Gabriel Sopeña que él mismo musicó para un disco de voces femeninas (de Zaragoza a Cuba) editado por Prames en 1998 con el título «Orillas».

Gabriel regresó al escenario y la entrada de un contrabajo para Guillermo Mata anunció que era momento de recurrir al eterno cancionero de Más Birras. Para llegar a ti es, según Gabriel, la canción más analizada por los exégetas de Madrid («ciudad llena de exégetas»,bromeó insistentemente pero con cariño) que siempre quisieron saber qué pretendían decir Sopeña y Aznar con el que fuera el último tema que grabaron con tan añorado grupo. Terminó Gabriel la canción de refrescante aire rockabilly preguntándose en voz alta por qué a aquellas edades componían en tonos ahora casi inalcanzables, antes de abordar la descorazonadora y lúcida No volveré a ser joven (a partir de un poema de Jaime Gil de Biedma).

El ambiente que propició fue idóneo para recordar aquel incierto verano de 2020 en el que Gabriel Sopeña y Loquillo emprendieron la más necesaria de las giras (bautizada La vida por delante y registrada en un exquisito doble vinilo bajo el título La vida es de los que arriesgan), enfrentando miedos y medidas improvisadas bajo la estricta (y también perpleja) mirada del Hermano Mayor para devolvernos la música y la poesía cuando más falta nos hacía. Era tiempo, como dijo Plauto, de cantar cosas más elevadas. Durante aquel accidentado periplo cuajado de obstáculos y desengaños pero también de triunfos y deleite, Gabriel constató el hambre de música que teníamos quienes tuvimos la suerte de presenciar alguno de esos recitales en el filo. (Puedes leer nuestra crónica de uno de aquellos conciertos pinchando aquí). Con la catártica Acto de fe, que entonces interpretaba mano a mano con Josu García, recuperó aquellas sensaciones tres años después en el Teatro Principal acompañándose con su armónica y la guitarra de Jorge Gascón. Vello como escarpias. Las emociones estaban a flor de piel y todavía era posible llevarlas más alto…

Eva Lago y Gabriel Sopeña ocuparon sendos taburetes para regalarnos tres canciones de singular belleza. La primera se inició con el intenso recitado en castellano por parte de Gabriel del poema Mai (Madre) de Ánchel Conte, interpretado después en su altoaragonés original a dos voces. Al terminar, una guitarra fue colocada sobre un soporte entre ambos cantores. «De Alloza al mundo», exclamó Gabriel para anunciar el emocionado y emocionante homenaje a Joaquín Carbonell, elevando al cielo con un gesto los aplausos del público. A Carbonell se nos lo llevó la enésima ola en septiembre de 2020, pero su voz grabada volvió a sonar recia y rotunda en el Teatro Principal de Zaragoza trenzada con la de Gabriel y Eva en la bellísima Me gustaría darte el mar, redondeada con un soberbio solo de Julio Calvo Alonso. Otra guitarra, una Gretsch en esta ocasión, ocupó el lugar de la de Carbonell. «Y de Alloza al Paseo del Canal y la Renania occidental», dijo Gabriel en referencia a los orígenes de Mauricio Aznar Müller, hermano y compañero de viaje, para cantar también a tres voces aquella Cantores que apareció en el LP Barcos (1992) de El Frente. Para nosotros queda el íntimo estremecimiento que provoca una guitarra muda sobre un escenario, como símbolo de ausencias y como catalizador de recuerdos y emociones.

La complicidad y química entre los miembros de la banda se reafirmó al salir al frente del escenario uno a uno para interpretar (con «ligeras» y personales variaciones) las estrofas de Cuando fuimos los mejores, canción incluida en el disco Cuero español (2000) de Loquillo y Trogloditas. No se olvidó el guitarrista Julio Calvo de lucir para la ocasión una camiseta del Casademont Zaragoza para celebrar el doble triunfo del básket femenino de Aragón. El poso de nostalgia que dejaba uno de los últimos himnos trogloditas llevó a Gabriel Sopeña a introducir la siguiente canción reconociendo que, si bien cuando adaptó el texto de Jacques Brel tenía treinta años, ya empieza a identificarse con el tipo de personajes que pululan por los versos de Con elegancia. El final del set principal llegó con Soltando lastre, curiosamente iniciada desde el estribillo, y la celebrada El hombre del tambor, otra perla del repertorio de Más Birras que invitó al baile y la fiesta.

Después del consabido ritual de dejar el escenario y volver en respuesta al reclamo de los aplausos, Gabriel Sopeña ocupó el centro del foco sentado sobre un taburete en compañía de su guitarra. Aprovechó primero para manifestar su gozo por el hecho de que la celebración de sus cuarenta años de trayectoria musical coincidiera con la inauguración de la nueva facultad (¡su querida facultad!) de Filosofía y Letras en el campus zaragozano. Justo después no pudo contener las lágrimas al hablar de los diferentes tipos de belleza, todos reunidos en la recientemente fallecida actriz Laura Gómez-Lacueva (Laurita, la llamó, que una vez le contó que le hubiera gustado interpretar a Lady Macbeth), a la que dedicó una casi desnuda pero aún así siempre brillante versión de Cass, la chica más guapa de la ciudad. La banda se reunió con Gabriel para recordar Otro lugar bajo el sol, del homónimo primer LP de El Frente, y dejar el cuerpo preparado para la despedida con la infalible y esperada Apuesta por el rock and roll, perfecto broche para un encuentro tan especial.

Final apoteósico. Sonrisas satisfechas, saludo y ovación en pie. Telón.