Gabriel Sopeña… Un oasis entre ‘Desiertos’

13.06.2024

Jesús Gella Yago (Texto y fotos)           Publicada por anaquelesabarrotados        5 junio 2024 

Gabriel Sopeña, concierto de presentación de Desiertos. Centro Musical Las Armas, Zaragoza – 30 de mayo de 2024. 20:30h.

Entre estaciones, sueños y propósitos hay también en nuestra vida desiertos que cruzar. Algunos nos agotan y frustran, nos congelan o nos hacen arder, otros nos embelesan y enriquecen. Los hay que, como el microsurco vacío que separa las pistas grabadas de un vinilo, solo traen silencios entre canción y canción. A veces tienen la virtud de sanar, a veces resultan descorazonadores. Todos han sido estro y numen, sirviendo como catalizador de reflexiva belleza para el nuevo disco de Gabriel Sopeña. Se titula precisamente Desiertos, porque ha tardado más de lo previsto en ver la luz al tener que atravesar su elaboración por devastados páramos como el que dejó la trastornadora pandemia, o hacer altos gozosos como la gira compartida con Loquillo en 2020 o la propia con la que en 2023 celebró cuatro décadas de trayectoria musical. Desiertos nos muestra al Sopeña erudito, al poeta, al amante y al amigo, al rockero y cantor, al pesquisidor, al viajero, al superviviente y renacido. Se nos revela estación a estación, surco a surco, desierto a desierto y capa a capa. Vetas y niveles al descubierto, piel y hueso, como los que exponen los elementos al erosionar nuestro particular Monument Valley monegrino. No es casual que a los venerables pies del estratificado perfil del tozal Colasico plante Gabriel Sopeña su estudio itinerante de doctor y profesor, de poeta eléctrico, de nómada arraigado, de terruñero trotamundos, en el videoclip de Coartadas. Como el surco en un vinilo o en una caprichosa formación geológica, es cuestión de altura y profundidad, de mantos superpuestos; es cuestión de edad, de renovar la dermis quemada por viento y arena, de aprendizaje, de yacimientos y sedimento, de polvo y sal movidos por galernas; se trata, al fin y al cabo, de vida y de haber vivido. Y si al mirar atrás la vista del camino trazado entre desiertos es benévola, también puede uno toparse con una segunda juventud aun sabiendo que sumar años es la única forma de no abandonar la partida.

Con una hermosa perspectiva en el retrovisor y la convicción de vivir una segunda juventud (no solo creativa) subió Gabriel Sopeña con su banda habitual al escenario del Centro Musical Las Armas de Zaragoza para sacar brillo a Desiertos, publicado días antes en vinilo y en CD (con un tema extra). Los ilustres Bucho Cariñena y Kike Cruz fueron los encargados respectivamente de iluminar y poner orden en el sonido del espectáculo.

Abrió el concierto Gabriel con una apasionada Brillar y brillar, guitarra de doce cuerdas al cuello y puño en alto, firme epítome de golpes encajados y vidas agotadas, manual de entereza y tenaz supervivencia que fue germen de una asociación con Loquillo que ya dura más de treinta años. Sin pausa enlazaron Coartadas, primer single del LP Desiertos, en la que la voz del bajista Guille Mata se fundió con la de Gabriel en los estribillos como hace la de Josu García en la versión de estudio.

Con un efusivo «¡Buenas noches, gracias por venir!» saludó Gabriel al público antes de abordar una de nuestras debilidades del nuevo disco, Tú eres mi Camino de Santiago. ¿Se puede decir algo más hermoso de alguien? Una invitación a recorrer las etapas de un amor, peregrinos de emociones en busca del misticismo de un paralelo 42 que también cruza pieles y guarda el secreto de una poquita fe con alma de bolero portorriqueño. La guitarra de Julio Calvo Alonso planeó por todo el tema en perfecta armonía con los teclados de Óscar Carreras, que proveyó los matices de la instrumentación de aire céltico de la grabación original.

Siguieron descubriendo novedades con la canción que, precisamente, da título al disco. Desiertos discurrió con enérgica elegancia entre los coros armados por Julio Calvo, Jorge Gascón y Eva Lago que, con fervor de canto indígena nos guiaron por planicies de grandes espíritus, coyoteros y mezquite.

Sobre un fondo de órgano de Óscar nos habló Gabriel Sopeña de la llamada Casa de los Locos del barrio de Casablanca, que aún sigue en pie en el actual paseo de Mauricio Aznar Müller. Allí habitaba una gitana con mañas de curandera conocida como Mamá Lola que, además de «arreglar los nervios y recolocar los músculos, echaba las cartas». La contundencia de la batería de José Luis Seguer Fletes y el bajo de Guille Mata robustecieron (o quizá hicieron temblar) los cimientos de la casa de Mamá Lola en esta historia de trágico abandono, hasta culminar con un bello último verso a capella.

Si ya había evocado su figura en el tema anterior, volvió Gabriel Sopeña a celebrar la necesaria memoria de Mauricio Aznar con Cantores. Juntos la grabaron para el LP Barcos (1992) de El Frente, y en una sorprendente revisión rockabillyzada nos la devolvió a dúo con Eva Lago. Es preciso mencionar que la línea «es más fácil obedecer a un general que saber a qué pueblo condena» fue cantada con particular rabia y recibió un espontáneo aplauso del público mientras Óscar Carreras se desataba con un solo de hammond.

La voz de Eva Lago volvió a cobrar protagonismo unida a la de Jorge Gascón en los coros de Dame fe, otro estreno del LP Desiertos. El juego de voces, los constantes cambios de ritmo de Fletes y la omnipresente guitarra de Julio Calvo la convirtieron, para nosotros, en uno de los momentos álgidos de la noche.

La batería de José Luis Fletes y el piano de Óscar Carreras construyeron un fondo instrumental mientras Gabriel nos desvelaba la tramoya de la siguiente canción, también incluida en el LP Desiertos. Contó que, antes de morir Mauricio Aznar, dejaron compuesta una treintena de canciones (¡2025 será el año de su luminosa revelación!) entre las que se hallaba una dedicada a la figura del matrero: un tipo singular y rebelde de la cultura gauchesca que no se resigna al trabajo en estancias o haciendas. Su particular idea de la dignidad le hace vivir en soledad, jinete nómada de los Andes a Tierra de Fuego, objeto de respeto en toda la Pampa. Después de ponernos en situación y describiéndola como «cargada de testosterona», declaró su satisfacción al dejar La balada del matrero en las manos y voz de Eva Lago. Abandonó Gabriel el escenario y Eva nos narró la historia de este orgulloso vagabundo de inabarcables e inhóspitas llanuras, con Fletes haciendo sonar su batería como bombo legüero.

Regresó Gabriel al escenario para la primera incursión del repertorio en el eterno cancionero de Más Birras. Afirmó que, tratándose además de la última canción grabada por la añorada banda zaragozana, es también la más incomprendida y analizada. Guille Mata se situó al frente y con sus dedos golpeando las cuerdas del bajo, junto a las baquetas de Fletes contra la corona de sus tambores y los punteos de Julio Calvo, imprimió un irresistible aire rockabilly a Para llegar a ti, del LP Tierra quemada (1992) de Más Birras.

Volvió Jorge Gascón y el resto de la banda salió del foco. Sentado sobre un taburete repasó Gabriel la nómina de implicados en el LP Desiertos, además de los músicos («malhechores y malhechoras habituales», los llamó) que conforman la banda que lo acompaña sobre el escenario. Mencionó así a Alfonso Casasnovas, a Josu García, a Ludmila Mercerón, a Miguel Ángel Fraile, a Ernesto Cossío y, en particular, a Jaime Lapeña que, aunque sin su violín, se hallaba entre el público. También aprovechó para felicitar el cumpleaños a las muchas personas de su entorno más próximo que al parecer cumplen años en mayo, entre ellas el infalible técnico de sonido José Manuel Glaría, presente y de celebración en la sala.

Acompañando su voz con su propia armónica y con la guitarra de Jorge Gascón (que también hubo de ejercer de atento apuntador en un momento de lapsus), interpretó Gabriel la siempre intensa Acto de fe, compuesta en 2001 tras la caída de las torres de Nueva York. Las ráfagas de armónica y la delicadeza de las cuerdas de Jorge sirvieron para elevar las emociones y dejarlas preparadas para uno de los momentos más hermosos de la noche.

Sobre el piano de Óscar Carreras llegó el momento de recordar al poeta Ánchel Conte. Introducía así Gabriel una canción que en la gira anterior (Cantar 40, que celebraba su 40º aniversario de singladura musical) le exigía un comprensible ejercicio de entereza al interpretarla en directo, ya que su madre falleció el 25 de junio del año pasado. Aseguró que «el único ser vivo en este hermoso planeta Tierra que se aproxima ligeramente, ¡ligeramente!, a la idea de Dios es la madre de cada uno». Con evidente emoción recitó en castellano con acompañamiento de piano el poema Mai (Madre) de Ánchel Conte, antes de interpretarlo a dúo en su aragonés original junto a Eva Lago. Esa insistente última línea, «mai, ni sisquiera tú», es de las que se anuda en garganta y corazón.

«Cuando adapté este poema inédito de Jacques Brel yo tenía treinta y cinco años y las cosas que se decían en él me parecían lejanísimas. Hoy parece que el gran Jacques lo hubiera compuesto para algunos de nosotros…» bromeó (en parte) Gabriel para presentar su versión de Con elegancia (Avec elégance). El lúcido y ácido texto del doliente chansonnier belga fue rematado por dos estupendos solos de guitarra encadenados de Julio Calvo y Jorge Gascón.

La complicidad y camaradería de Gabriel Sopeña y los músicos que lo acompañan quedó (todavía más) demostrada al presentar a la banda, entre chanzas y sinceras lisonjas, abrazado a su guitarra.

De José Luis Seguer Fletes dijo que «es la precisión no solo del tempo, sino del alma»; de Jorge Gascón que «ninguna inteligencia artificial sería capaz de reproducir un espécimen humano y musical similar»; con Julio Calvo Alonso bromeó jugando con su apellido y su estilismo capilar antes de destacar su «sublimidad personal»; de Óscar Carreras afirmó que de él se aprende música con cada minuto, con cada palabra, llamada y whatsapp; de Guille Mata, director musical, aseguró que «si hubiera nacido en Nashville tendría un Masseratti pagado honradamente» y lo señaló como el auténtico líder de la banda; y, para terminar, lamentó (medio en broma medio en serio) que un día otro compositor se llevará a Eva Lago y que quizá se olvidará de él.

Soltando lastre comenzó reposada, casi a capella, hasta que la batería de Fletes la elevó en un poderoso crescendo perfeccionado por un solo de guitarra del reverendísimo Jorge Gascón, que nos llevó a la tanda de bises tras una breve salida del escenario.

Regresó solo Gabriel y se acomodó sobre un taburete con su guitarra. Al percatarse de que estaba desenchufada y ante la imposibilidad de identificar el cable adecuado, repitió su entrada y se colgó otra guitarra, la de doce cuerdas, a la que aseguró llamar La Venganza de Moctezuma por su laboriosa afinación.

Así sonó Cass (la chica más guapa de la ciudad), a voz y guitarra, tan desnuda como cuando se tumbaba al sol de las cinco de la tarde. El público, no podía ser de otra forma, acompañó con coros y palmas el irresistible estribillo final,

Para esta recta final reservaba Gabriel una de las más hermosas canciones del nuevo LP Desiertos. Introducida por el piano de Óscar Carreras sonó Luces blancas, adornada por la percusión de Fletes y la sutileza de unos coros que arroparon la apasionada interpretación de Gabriel. Sencillamente preciosa.

Poco tiempo quedaba ya y, tras elogiar el trabajo y compromiso de Javier Macipe al realizar una película como La Estrella Azul, el ritmo de locomotora de El hombre del tambor anunció que la despedida iba a correr a cargo de los queridísimos Más Birras. El refrescante aire de rockabilly animó al ambiente de fiesta desgranando referencias dylanianas a diestro y siniestro. Óscar Carreras hizo sonar las campanas de la libertad y Gabriel compartió micro con Eva al fondo mientras las guitarras de Jorge Gascón y Julio Calvo mantenían un irresistible diálogo en primer término.

«¡Apostad siempre por el rock and roll!», exclamó Gabriel. El infalible himno de Más Birras dejó el espectáculo bien arriba. Los dedos de trueno de Guille Mata parecían reclamar un double bass mientras golpeaba las cuerdas de su bajo eléctrico y sendos solos de Óscar Carreras y Julio Calvo redondearon una canción ya atemporal, perfecta para poner el broche de oro a la puesta de largo del nuevo trabajo de Gabriel Sopeña. Aplausos merecidos desde abajo, merecidos abrazos sobre el escenario.

El disco es magnífico, la banda enérgica y bien hermanada, el repertorio variado y sugerente, Gabriel Sopeña vive una segunda juventud creativa, su reputación es sólida, su trayectoria impecable y tan estimulante como osada, su cantar bello, su honestidad reconocida y ha sido honrado con múltiples premios. Sus canciones son un oasis reparador entre tanta vulgaridad mediática y su propuesta una pepita de oro empeñada en brillar en el lodo del adocenamiento teledirigido. Sin embargo, todo tiene su lado sombrío, y es que la sala del Centro Musical Las Armas no llegó a registrar un completo como hubiera merecido la ocasión. Queremos pensar que el concierto de Lemon Twigs programado a la misma hora en la sala Oasis, y que había levantado gran expectación en las últimas semanas, hizo mella en la venta de entradas para la presentación de Desiertos.

O quizá, lo que nos pasa, es que estamos acostumbrados a que nuestros (prometedores o consolidados) artistas locales estén siempre ahí, accesibles a pie de calle, en los mismos bares y aulas, a nuestro lado en un semáforo o actuando ocasionalmente en las salas que muchos frecuentan para tomar copas y charlar mientras suena de fondo música en directo. No lo llamaremos ignorancia o menosprecio, pero sí peligroso e indolente descuido.

Confiamos en que no tengamos que arrepentirnos de nuestra desidia cuando, por un motivo u otro, vayan abandonando la partida o sus cartas queden sobre la mesa sin el respaldo de una apuesta. Cuando el sol haga equilibrios sobre la línea del horizonte monegrino y la sombra del tozal Colasico nos alcance. Cuando la aguja llegue a la última pista grabada del vinilo y el final del microsurco la haga levantarse y volver inerte a su sitio. Cuando el silencio sea definitivo y el desierto inabarcable, no habrá homenajes y golpes en el pecho que valgan.

Son nuestra propia memoria y dignidad lo que nos jugamos.